Bio-ciber-política  

Se acerca el tiempo en que sólo aquello que supo permanecer inexplicable podrá requerirnos

 René Char

 

Del desmoronamiento de la noción unitaria de alienación mental, se dio el viraje hacia el concepto multiforme de enfermedades mentales. Ahora, con la promesa de la psiquiatría computacional, ¿qué consecuencia epistemológica parece anunciarse? ¿acaso la absorción de lo psíquico en la cosmovisión de lo computacional como garantía de la desaparición del error y la imprecisión? ¿pasará a hacerse del sufrimiento algo no solo objetivable sino cuantificable, medible, prescindible de toda humanidad?

El edificio teórico de la psiquiatría moderna toma sus cimientos de la semiología clásica del siglo XIX, abanderada por autores como Kraepelin, Jaspers, Clérembault, Neisser, Seglás, Lasegue, Esquirol, Serieux, etc. En este sentido, la promesa de una psiquiatría computacional parece ser un esfuerzo por eliminar de tajo la intelección de que lo que hoy se aglutina en todo un aparato conceptual que permite dar nombre a los “trastornos mentales”, fue precisamente un esfuerzo por parte de tales autores por adentrarse en las profundidades del sufrimiento de una manera, digamos, singular.

La psiquiatría computacional, tal como señala Soto[1],  se basa en el uso de modelos generativos que son una descripción probabilística de cómo las causas de alto nivel generan datos de bajo nivel. Saber cómo las causas generan datos permite que un modelo genere datos sintéticos o simulados a partir de causas determinadas. Esta descripción generativa puede ser de cómo la actividad cerebral genera datos de imágenes cerebrales, o de cómo los estados en el mundo evolucionan y afectan la toma de decisiones, una operación “terriblemente más específica y, por ende, científicamente más válida”.[2]

El estandarte de la precisión se ofrece así como un milagro resolutorio: disolver, de repente, el enigma de lo particular de la clínica. Eliminar, entonces, la zona evanescente de la clínica de la observación que todavía reina en el terreno de la medicina. Acaso sea una maniobra sobre la cual se deposita la esperanza de la psiquiatría por desprenderse del fardo pesado que carga a sus espaldas: ser el chivo expiatorio de un discurso médico que se sustenta en principios de validez, precisión, fiabilidad, medición. Porque hay que decirlo, aun con todos los avances de la tecnología, la mejora de los instrumentos, la expansión de la farmacología, etc., el terreno de las “enfermedades mentales” sigue siendo híbrido y movedizo, falto de exactitud para el científico del sufrimiento psíquico, quien, vestido con los ropajes de la verdad de la ciencia, planta su indeclinable rechazo y desazón frente a cualquier suerte de discrepancia y contradicción en el campo de lo llamado mental.
 

Nos adentramos en el nihilismo tecnológico como nueva doctrina sobre lo psíquico. Si por un momento se abrigaron esperanzas en el perfeccionamiento de una taxonomía abigarrada sobre los trastornos, asistimos hoy a la prefiguración de una psiquiatría de la precisión en la que el sujeto deberá, aun a pesar de su participación en el malestar, ser desplazado para que el dato pase a representarlo, algo sin duda más “útil” para la inteligencia artificial. La dimensión aporética vehiculizada por esta distopía psiquiátrico-computacional se despliega del siguiente modo: por un lado, emerge con más fuerza la reorganización de los discursos del derecho y la readecuación del estatuto legal, así como del cuidado prodigado al enfermo mental. Por otro, se inocula el terreno del saber médico con el objetivo de cambiar los fenotipos psiquiátricos por los endofenotipos, es decir, con la apuesta por cambiar la palabra del consultante por una analítica de sangre.

El sueño ilustrado de la emancipación, el estar a la altura de lo que finalmente podemos llegar a ser, es atenazado por la potencia ya no de la razón, sin por la afirmación de la estupidez. Solo sobre ese fondo ha de recortarse el reconocimiento de una “inteligencia” artificial. La mirada que se pone en ejercicio sella a fuego ya no tanto una bio-política como la formulada por Foucault, sino mejor una bio-ciber-política. Mientras que la primera  se planteaba como una tecnología del poder inquietada por la mecánica de lo viviente, esto es, por la administración de los cuerpos, la gestión distributiva de sus fuerzas, la gestión calculadora de la vida (sus niveles, la longevidad) y la valorización del bienestar, una bio-ciber-política se halla ahora cuidadosamente recubierta por una administración de la vida y el sufrimiento que se rige por la égida de la programación algorítmica y el dispositivo de emulación de inteligencias que vendrían a suturar la verdad del sujeto, de ahí en adelante equivalente a fuente de error.

La bio-ciber-política, descuida los límites en que se descuella su alteridad, aquello que se anhela controlar, dominar o suprimir. Como si el orden ungido desde la pureza del cálculo fuese sinónimo de la incidencia de lo insoportable para el humano. Desde esta mirada algorítmica, la psiquiatría, cual caballo de Troya, apuesta por el desmantelamiento del saber médico con un temple entusiasta que buscar formas de saturar el malestar duplicándolo. Por lo pronto, la consigna mordaz se esboza de la siguiente forma: “esperen a mañana para deprimirse, ahora sí conseguiremos resolver su verdad con la verdad”.

Referencias Bibliográficas

[1] Soto, C. (2018) “Big Data” y piquiatría. Rev. Arg. de Psiquiat. 2018, Vol. XXIX: 29-33

[2] Llach, C. (2023) Acertar con la medicación: emergen los tratamientos personalizados para las enfermedades mentales. Columna: Periódico El País, España.

 

 

 

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